Existe una máxima en fotografía que dice que lo más importante siempre es la luz. Menorca es uno de esos lugares que desborda luz por los cinco costados e invita a fotografiarla una y otra vez. La belleza de sus ciudades y paisajes naturales restan todo mérito a este reportaje, pese a no centrar todos mis sentidos en la fotografía era imposible que este paraíso pudiera salir mal.
Ha sido un viaje corto, apenas una semana disfrutando de la isla, pero muy intenso. Nos hemos hospedado cerca de Ciudadela, una ciudad pequeña pero realmente bonita, muy cuidada y muy dinámica, con mucho comercio local basado en la artesanía, la moda y el diseño. Se trata de un modelo comercial muy diferente al que se suele dar en los destinos turísticos masificados de la costa española.
En Menorca es imperativo alquilar un coche. En él nos hemos desplazado por buena parte de la isla visitando su capital, Mahón, el pueblo de Fornells para disfrutar de una buena caldereta de langosta y, sobre todo, las increíbles calas del sur: Turqueta, Macarella y Mitjana.
La costa es realmente espectacular. Salpicada de multitud de playas paradisíacas, en ellas se funden una inmensa variedad de colores: el turquesa de sus cristalinas aguas, el blanco de su arena, el verde del bosque mediterráneo junto al mar…
Es impresionante ver en perspectiva los barcos flotar sobre el agua transparente y apreciar perfectamente su sombra sobre la blanca arena del fondo marino. Las embarcaciones parecen levitar.
En general, en toda la isla se nota que el turismo no se ha desarrollado tanto como en el resto de islas baleares o de la costa mediterránea y eso, desde mi punto de vista, es de agradecer.
Por las tardes desde Cala Blanca, una zona residencial al sur de Ciudadela, disfrutábamos de la espectacular puesta de sol con el relieve de las montañas de Mallorca de fondo.
En definitiva, una estupenda experiencia que nos deja con las ganas de repetir en cuanto podamos.
Un saludo.